Siempre he tenido la sospecha de que sabes cuando aparecer de nuevo. Nuestros encuentros son impredecibles, no siguen calendarios ni ciclos lunares, apareces, como si en algún espacio de mis pensamientos dispersos te llamara. Y llegas, te quedas, una hora, una semana, 5 minutos, solo para recordarme que estás.
Recién descubrí una nueva forma de olvidarme de ti, te recorté en recuerdos y claves de sol para pegarte en colage. Te renové en mis fantasías mas arregladas para soltarte de nuevo, ahora diferente, nada dejé de lo que fuiste en mi.
Acostumbrada a tus ausencias intermitentes, dejé colgado en el clóset, mi atuendo de "irte a ver" junto con los abrigos de invierno. Pensé que no lo sacaría hasta que llegara enero con sus frías mañanas.
Llegaste antes de tiempo, resolviste los acertijos y seguiste las pistas que dejé para ti antes de irme del lugar donde me dejaste. Acudiste una vez mas a mi insistencia telepática para verte, aunque ya te había olvidado.
Y estas aquí, en el lado derecho de la cama, escuchando al Clapton y fingiendo que duermes.
domingo, septiembre 13
viernes, septiembre 4
Videotape-Radiohead

me llegan los recuerdos en ráfagas indescriptibles. muchisimas de las cosas que guardo en la memoria se revelan en luces de colores que no alcance a registrar en su momento.
A pesar de que te puse nombre y apellido en canciones, sigo sin descifrar las notas que armonizan las imagenes que guardo de ti. Tan completo, tan intenso.
Recien reuní a mis armas mas mortales para perderte en el camino hasta aca. Sin mas me retuve en un solo acorde eterno que hacía que el trayecto valiera la pena.
Sonrio al acordarme de tu voz que suena en musica dentro de mis oídos. Aun tengo la certeza de que me esperas a la vuelta de la esquina, con todos tus colores y ausencias de luz.
lunes, agosto 24
3.12 am.
En mi insomnio imagino que, tal vez, en una de esas me aventuro a solicitar un time out para pensarle mejor y recuperar mis latentes cuestionamientos sobre lo que acontece mientras duermo. Las luces parecen mas o menos raquíticas conforme pasan los minutos nocturnos como sonámbulos autómatas que cuidan el sueño de todos menos el mío.
martes, agosto 18
El muerto.
La primera vez que ví a un muerto tenía trece años, fue algo inverosímil y encantador, después de un mes en lucha por fin descansaba en su lecho, en su casa, en su pueblo, rodeado de mucha gente que lo amaba. Exhaló y se quedó así, quieto, tranquilo, con su hija mayor acariciándole el cabello, agradeciendo los años con ella, con su esposa besándole la mano diciéndole palabras dulces, con un montón de nietos impactados por la escena, pero tranquilos y yo sirviendo café a los demás invitados a la fiesta de vida de mi abuelo. Me impresionó que ese día no fuera tan gris como se espera, como te lo cuentan. No hubo viuda abrazada al féretro ni llantos sepulcrales, ni color negro. Había cirios por todas partes, cada persona del pueblo que llegaba a la casa traía consigo una de estas velotas y flores blancas, pan y café, chocolate. La noche sería larga, llena de luciérnagas y aullidos de perro, y mucha paz.
La segunda vez, fue a las 15, fue una visita relámpago al anfiteatro del MP de Naucalpan cuando mi papá trabajaba ahí. El olor era insoportable y solo ví dos cuerpos tendidos en las mesas, deformados por las puntadas en sus pechos, no supe distinguir si eran hombres o mujeres, tapados con sabanas blancas medio sucias, frío de congelador, la indiferencia de la gente que los procesaba era aún mas fría.
La tercera vez, tenía 20. G con 25 años de edad dejaba este mundo a un par de meses de haberse casado, tras un caso repentino de insuficiencia renal que le dejó el cuerpo hinchado. Era diciembre con sus contrastes. Mucho frío y muchas flores de colores. Mucha gente, la misma que la de mi primer muerto, y los cirios y el pan y el café y el chocolate. Recuerdo haber escuchado que su madre quería que fuera enterrada con su vestido de novia. Recuerdo también que era demasiado tarde para tomar esas decisiones. Su esposo, un músico inglés, no demostró el clásico estoicismo británico que me imaginaba.
La cuarta vez fue hace una semana. Salí de casa temprano rumbo al hospital. Tomé el carril de alta del periférico y a unos minutos los coches comenzaron a ir mas despacio. Mi primera impresión fue que empezaba desde ese punto el tráfico cotidiano hasta que sin querer volteé a mi izquierda y vi varios bultos tirados a lo largo del periférico con dirección al norte. Bultos ensangrentados sin forma, sobre el pavimento frío de madrugada. Una camioneta y un bulto aún más grande más adelante. No sé como sucedió el accidente y no sé porque sigo preguntándomelo. Solo pienso en la persona que arrollo a este, mi cuarto muerto, y me compadezco de él y de la carga con la que vivirá el resto de sus días, me dolió el dolor de la familia del fallecido hasta hace un par de días y de la manera tan cruenta en que sucedieron las cosas. Regresé a casa con el estómago y las emociones revueltas esa noche.
La segunda vez, fue a las 15, fue una visita relámpago al anfiteatro del MP de Naucalpan cuando mi papá trabajaba ahí. El olor era insoportable y solo ví dos cuerpos tendidos en las mesas, deformados por las puntadas en sus pechos, no supe distinguir si eran hombres o mujeres, tapados con sabanas blancas medio sucias, frío de congelador, la indiferencia de la gente que los procesaba era aún mas fría.
La tercera vez, tenía 20. G con 25 años de edad dejaba este mundo a un par de meses de haberse casado, tras un caso repentino de insuficiencia renal que le dejó el cuerpo hinchado. Era diciembre con sus contrastes. Mucho frío y muchas flores de colores. Mucha gente, la misma que la de mi primer muerto, y los cirios y el pan y el café y el chocolate. Recuerdo haber escuchado que su madre quería que fuera enterrada con su vestido de novia. Recuerdo también que era demasiado tarde para tomar esas decisiones. Su esposo, un músico inglés, no demostró el clásico estoicismo británico que me imaginaba.
La cuarta vez fue hace una semana. Salí de casa temprano rumbo al hospital. Tomé el carril de alta del periférico y a unos minutos los coches comenzaron a ir mas despacio. Mi primera impresión fue que empezaba desde ese punto el tráfico cotidiano hasta que sin querer volteé a mi izquierda y vi varios bultos tirados a lo largo del periférico con dirección al norte. Bultos ensangrentados sin forma, sobre el pavimento frío de madrugada. Una camioneta y un bulto aún más grande más adelante. No sé como sucedió el accidente y no sé porque sigo preguntándomelo. Solo pienso en la persona que arrollo a este, mi cuarto muerto, y me compadezco de él y de la carga con la que vivirá el resto de sus días, me dolió el dolor de la familia del fallecido hasta hace un par de días y de la manera tan cruenta en que sucedieron las cosas. Regresé a casa con el estómago y las emociones revueltas esa noche.
lunes, julio 27
A quien corresponda:

Desde esta, mi ventana más amplia, donde se asoma la iglesia entre techos de teja y árboles altísimos...
Desde ese lugar incorregiblemente absurdo, me retracto...
lunes, julio 13
Still trying...

Un par de minutos, 120 segundos de intolerancia maldita y alergia a las hojas/cartón de mis letras, leña para calentar un poco la sala ahora que el frío toque mi puerta. Sucede que entre las horas que acumulo debajo de los párpados se han colado un par de jóvenes minutos. Mis ojos no salen en los retratos desde entonces.
lunes, junio 8
ALERGIAS
Aquel paisaje, pastando en la mañana cándida, no puede quedar impune.
Soles, cubetas, lagartijas, van y vienen con la seguridad soez que da el sentirse parte del rebaño.
durante el día rumian interminablemnte sus linderos, sólo para regurgitarlos después en esa masa pegajosa que algunos llaman noche.
Aquí se debe cortar de tajo una cabeza.
Borro apresuradamente del diccionario la palabra prójimo, descuelgo el hacha y me voy contra una margarita bastante blanca. Cae en su sombra.
Miro el tallo, miro el filo del hacha, miro el pavimento. Nada se queja.
Pongo a la víctima sobre mi mano... y estornudo.
Luis Palacios Kaim
Autorretrato de Espaldas
(Por el té, la plática vespertina, los libros y el texto, muchas gracias Luis!)
Aquel paisaje, pastando en la mañana cándida, no puede quedar impune.
Soles, cubetas, lagartijas, van y vienen con la seguridad soez que da el sentirse parte del rebaño.
durante el día rumian interminablemnte sus linderos, sólo para regurgitarlos después en esa masa pegajosa que algunos llaman noche.
Aquí se debe cortar de tajo una cabeza.
Borro apresuradamente del diccionario la palabra prójimo, descuelgo el hacha y me voy contra una margarita bastante blanca. Cae en su sombra.
Miro el tallo, miro el filo del hacha, miro el pavimento. Nada se queja.
Pongo a la víctima sobre mi mano... y estornudo.
Luis Palacios Kaim
Autorretrato de Espaldas
(Por el té, la plática vespertina, los libros y el texto, muchas gracias Luis!)
lunes, junio 1
overkill

De mis ausentes remedios para el insomnio me guardo bajo los párpados memorias de todo tipo, las que me avergüenzan son las más livianas y soportan mis versiones menos afortunadas de mi misma. Me quitan el sueño por unas cuantas horas y me lo devuelven al primer rayo de sol.
Dormir no es opción cuando entro en mis ritos de luna una y otra y otra y otra vez.
JK
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