lunes, agosto 24

3.12 am.

En mi insomnio imagino que, tal vez, en una de esas me aventuro a solicitar un time out para pensarle mejor y recuperar mis latentes cuestionamientos sobre lo que acontece mientras duermo. Las luces parecen mas o menos raquíticas conforme pasan los minutos nocturnos como sonámbulos autómatas que cuidan el sueño de todos menos el mío.

martes, agosto 18

El muerto.

La primera vez que ví a un muerto tenía trece años, fue algo inverosímil y encantador, después de un mes en lucha por fin descansaba en su lecho, en su casa, en su pueblo, rodeado de mucha gente que lo amaba. Exhaló y se quedó así, quieto, tranquilo, con su hija mayor acariciándole el cabello, agradeciendo los años con ella, con su esposa besándole la mano diciéndole palabras dulces, con un montón de nietos impactados por la escena, pero tranquilos y yo sirviendo café a los demás invitados a la fiesta de vida de mi abuelo. Me impresionó que ese día no fuera tan gris como se espera, como te lo cuentan. No hubo viuda abrazada al féretro ni llantos sepulcrales, ni color negro. Había cirios por todas partes, cada persona del pueblo que llegaba a la casa traía consigo una de estas velotas y flores blancas, pan y café, chocolate. La noche sería larga, llena de luciérnagas y aullidos de perro, y mucha paz.

La segunda vez, fue a las 15, fue una visita relámpago al anfiteatro del MP de Naucalpan cuando mi papá trabajaba ahí. El olor era insoportable y solo ví dos cuerpos tendidos en las mesas, deformados por las puntadas en sus pechos, no supe distinguir si eran hombres o mujeres, tapados con sabanas blancas medio sucias, frío de congelador, la indiferencia de la gente que los procesaba era aún mas fría.

La tercera vez, tenía 20. G con 25 años de edad dejaba este mundo a un par de meses de haberse casado, tras un caso repentino de insuficiencia renal que le dejó el cuerpo hinchado. Era diciembre con sus contrastes. Mucho frío y muchas flores de colores. Mucha gente, la misma que la de mi primer muerto, y los cirios y el pan y el café y el chocolate. Recuerdo haber escuchado que su madre quería que fuera enterrada con su vestido de novia. Recuerdo también que era demasiado tarde para tomar esas decisiones. Su esposo, un músico inglés, no demostró el clásico estoicismo británico que me imaginaba.

La cuarta vez fue hace una semana. Salí de casa temprano rumbo al hospital. Tomé el carril de alta del periférico y a unos minutos los coches comenzaron a ir mas despacio. Mi primera impresión fue que empezaba desde ese punto el tráfico cotidiano hasta que sin querer volteé a mi izquierda y vi varios bultos tirados a lo largo del periférico con dirección al norte. Bultos ensangrentados sin forma, sobre el pavimento frío de madrugada. Una camioneta y un bulto aún más grande más adelante. No sé como sucedió el accidente y no sé porque sigo preguntándomelo. Solo pienso en la persona que arrollo a este, mi cuarto muerto, y me compadezco de él y de la carga con la que vivirá el resto de sus días, me dolió el dolor de la familia del fallecido hasta hace un par de días y de la manera tan cruenta en que sucedieron las cosas. Regresé a casa con el estómago y las emociones revueltas esa noche.