martes, septiembre 13

Debo confesar, estoy en la mejor disposición de pretender que no pasa nada, así todo vacío todo limpio, hoja blanca, como la que no he tenido desde hace mucho, muchísimo tiempo.
Han pasado meses desde la explosión. Figuraban en el aire montones de recuerdos quemados por el accidente, como hojas encendidas desvaneciéndose antes de llegar al suelo, con eso amortiguaban su caída. Yo sonreía mirando alrededor, sorprendida por la vanalidad de ser demasiado joven o demasiado vieja para sostener el escenario. Liberación pura. Llegaste a finales de julio del 2010 (si, mentí cuando dije que no sabía la fecha exacta) en mi momento de mayor esplendor, ese que no ha regresado desde entonces. Arrebataste con violencia el bienestar conocido por uno nuevo, muy bizarro. Duramos más de lo que los protocolos dictan, coincidimos malamente mas de un encuentro casual y de pronto nos envolvimos en la cotidianeidad de quien comparte una cama por mucho tiempo, tu lado izquierdo, mi lado derecho, tu afán de ocupar cada centímetro de mi casa cuando yo era quien habitaba la tuya.
Ayer caminé por todo el departamento, saqué fotografías mentales de cada espacio testigo de un nosotros, juntos. Conté los pasos que hay de la puerta de donde dejo mi coche al edificio, de la entrada a la puerta, de la puerta a tu cama, de tu cama al baño y así... Sigo teniendo noches con tu nombre, duermo abrazada al fantasma que nunca fuiste y que habita en el lado izquierdo, tu lado izquierdo y concilio un sueño triste habitante del futuro sin ti.