jueves, octubre 22

2007

Gran año.

Comenzó en la carretera, camino a Monterrey, con la armonía de las primeras horas colgándose en los adornos de la post-fiesta. Terminé en breve (una semana después) esa temporada autómata que llamaba trabajo y comencé a rascarme con mis propias uñas.

Cumpliría 25 en agosto, junto con la colega, quien hasta entonces se había vuelto compañía recurrente en cafés vespertinos en el Starbucks del WTC, de sandwiches nocturnos preparados por su esposo en su departamento de la Condesa y chats lentos en horas de oficina.

Me dolió el corazón de amor-a-medias los primeros meses, me apaniqué a morir y deje ir en contra de mi voluntad. Escribí muchos versos mal logrados que acabaron en una fogata improvisada en el balcón de mi nuevo hogar.

Me removí las emociones hasta formar una ensalada verde como yo, que a mis 25 no terminaba de madurar.

Compré 4 discos, mismos que me recordaban al amor-a-medias y ahora solo aparecen fraccionados en el playlist, dos de Franz Ferdinand y dos de Keane. Desde entonces no he vuelto a comprar discos.

Le robaron el stereo al jicamovil.

Comenzo mi trayectoria de cantante de tráfico.

Madrugé a las 4.30 am todos los miercoles y viernes de septiembre, octubre y noviembre.

Ví a Soda Stereo...

Me dejé convenecer de que las historias inconclusas reinciden cuando entra el otoño y los recuerdos invictos que se quedan entre el pedregal y satélite, se manifiestan en la voz de Peter Gabriel con las notas fantasma que dejó la ausencia de música en el auto, la ausencia de ojos que sonrien cuando los miran los míos, asustados...

Y comenzó el 2008, con mi mano acompañada de otra que no era la mía.

lunes, octubre 12

Amsterdam- Coldplay

Hay momentos en que se me ocurre pensar, o más bien, me atrevo a pensar que ya no me acuerdo de ti. Después de todo, han pasado meses y mejores días entre esa tarde de agosto y hoy.
La mayor parte de mis días se pasan sin mayor novedad, como en ciclos constantes e insufribles, mismos que se rompen si alguien pregunta por ti o me deja un recuerdo acomodado en la palma de la mano o en mis oídos, o en las tardes de otoño, o en las gotas que caen sobre el parabrisas un lunes por la tarde.
Mis manos siguen siendo las mismas, con todas sus líneas de tiempo y cicatrices que dejaron misterios escondidos entre los pliegues cuando cerraba los puños. No sé cómo te fuiste, no sé en qué momento. Solo entiendo un poco la distancia que hay entre ambos cuando la mido en millas, kilómetros, ciudades, pueblos, hoteles de paso, gasolineras, horas-carretera, horas-vuelo, canciones de mi playlist, conversaciones vacías, casetas de cobro, chistes malos, etc, etc, etc…

JK