“¿Cuales de todas tus cosas no compartirías conmigo?”
soltaste la pregunta sin ningún preludio. Estábamos tendidos en esa alfombra
gris de gusanitos en donde me perdía desde hace unas semanas. No estuve nunca
sorprendida por tus preguntas. Habíamos llevado ya unos meses en la dinámica de
tus preguntas curiosas y mis animadas respuestas.
Me vinieron en rush todas ellas, como un gran formulario de
aplicación para un empleo. La primera que hiciste después de 5 años de no
vernos fue “¿porqué te alejaste?” Mi respuesta a esa pregunta fue automática, pero
bien pensada finalmente, sin titubeos contesté “Nomas, por supervivencia”, y me
pareció haber satisfecho tu curiosidad.
Muchas de las preguntas que me haces guardan filosofías
orgánicas. No he descubierto el hilo negro hasta ahora. Y creo que en algún
momento ya estaba preparada para responderte.
Otras que haces abarcan un infinito de respuestas que lo único
que atino es a quedarme callada, suspirar, pedir 5 minutos y cerrar los ojos. Luego
te me quedas viendo, por segundos que duran siglos y dejas de insistir que
conteste.
Creo que esas respuestas son las que no comparto, esas que
se me hacen polvo y desgaste. Y entonces me callo, suspiro, pido 5 minutos y
cierro los ojos… Acostada en la alfombra de gusanitos grises volteo y ya me
observas unos segundos..
No hay comentarios.:
Publicar un comentario